Cuento del origen del Son Jarocho
¿Quiénes son?
Fue hace mucho tiempo, pasados los años mil seiscientos, era de esas noches sin luna en el cielo, de esas que temen los cazadores y exploradores, porque en la noche más oscura son las bestias las que reinan, pero allá, en las profundidades de algún monte, bosque, selva o llano, alejados de los ríos o las costas colindantes había entre los árboles, pequeñas antorchas bañadas en aceite, con sus fueguitos apenas iluminaban a una balsa volteada de panza y a su rededor se miraban algunos hombres y mujeres color de la tierra y color de la noche que se habían reunido allí por una necesidad más grande que ellos mismos.
Los de piel de noche venían huyendo de sus esclavistas, los de piel de tierra se habían escabullido de sus amos dormidos para poder hacer en la tierra, que antes era de ellos, lo que sus abuelos les habían enseñado hace tantísimos años. Algunos y algunas sostenían en sus manos remedos de instrumentos musicales, los sostenían cuál si fueran armas, porque tal vez si lo eran, armas para pelear contra el olvido, contra todo aquello que les mataba el espíritu.
Esas armas contra el olvido intentaban parecerse a la guitarra y viruela españolas, y para alguna o alguno de los presentes, lo que allí recién hacían le parecía muy similar a aquellas fiestas musicales de las cortes de sus antiguos amos en el otro continente, quizás eso era el famoso fandango de la corte que sólo miraban desde lejos, o que sólo escuchaban desde la cocina. Lo cierto era que estaban haciendo algo con esos trozos de madera escarbada que podían ser golpeados en su centro para hacer ritmos, esos ritmos que desde que se habían prohibido los tambores ninguno de los presentes escuchaba, comenzaron a rasguear las cuerdas hechas de tripa haciendo ruidos dulces pero tan bajitos que sólo el silencio imponente de la noche les permitía escucharse bien entre sí, hablaban a susurros, al menos los que se entendían, y lo poco que se entendían, algunos y algunas más, tocaban con huesos de animales, con palos o maderas, aquellos y aquellas que no tenían instrumentos subidos a la panza de la balsa encontraron la forma de unirse a la melodía con los pies y se detenían o pisaban menos, cuando los hijos de la tierra y noche cantaban los cantos de su gente, de sus dioses, de su tierra, poco a poco encontraban armonía a su melodía, poco a poco encontraban lo común, sus momentos para escuchar, para tocar, para bailar, para cantar, y para huir cuándo otras antorchas se vieran a la distancia, porque la santa inquisición castigaba con cárcel y con muerte estas reuniones clandestinas, porque llamaban demonios a sus dioses y protectores, porque llamaban herejes a sus padres y abuelos, porque llamaban blasfemias a sus enseñanzas y cantos.
¿Quiénes eran?, sólo ellos lo sabían, muchos dieron su vida por la memoria, pero también muchos siguieron los pasos de aquellas reuniones, de aquellos fandangos. En algún momento ellos fueron todos nosotros, todas las clases, la triple raíz, cubrieron por santos a los dioses, cubrieron por celebraciones religiosas a los antiguos rituales, siguieron cantando, siguieron tocando, siguieron sonando, sonando los sones vivieron hasta hoy en día, aunque ya hubieran muerto.
Autor: René Uziel Rodriguez Oropeza